Cuando despierten, sus hijos habrán crecido, y lamentarán haberse perdido su infancia en busca del consuelo en unas cuantas barras de bar; vertederos de amor -canta Manolo García-. Como suplentes de unos padres ausentes, unos abuelos; cansados y estupefactos intentando asimilar lo incomprensible -en qué fallaron-. "Bares, qué lugares", pienso todos los días -de camino al trabajo- al verlos repletos de gentes intentando encontrar su oportunidad en lo que, coloquial y eufemísticamente, ya se llama "la segunda ronda"; conformándose con sólo un poco de ese "human touch" de Bruce Springsteen que, cual gas, se volatiliza al día siguiente. Dice Séneca que "el placer se extingue justo cuando más deleita; no tiene gran capacidad, de modo que enseguida se colma y se convierte en tedio, y, pasado el primer ímpetu, se embota."
Ella madurará, y se dará cuenta de todo aquello que le decía: "piensa muy bien si él es lo que quieres para ti, porque tienes dos opciones: o soportarle -tal cual es, y se muestra- o dejar de sufrir todo aquello que te molesta -del mismo- ganando la calma en solitario”. Se sentía tan vacía que prefería lo poco que le ofrecía el “human touch”, a pesar de que "el ruido de Sabina" comenzaba a abrir sus fauces; me recordaba a un par de versos de aquella elegía de Federico García Lorca a Juana la loca: "princesa enamorada, sin ser correspondida. Clavel rojo en un valle profundo y desolado". Aunque siempre es más efectiva una pequeña dosis de crueldad en el ejemplo, si nuestra intención es que nuestro aconsejado despierte de la “angostura mental” mediante la proyección en sí mismo; para lo que Mariana Alcoforado es un buen instrumento: “os agradezco desde el fondo de mi corazón, la desesperación que me causáis, y detesto la tranquilidad en que vivía antes de conoceros” -le decía a aquel caballero que, con desdén, "puso pies en Polvorosa" después de haberle perturbado el corazón-.
Y es que "no hay mayor angustia que vernos huérfanos en la inmensidad de nuestra propia existencia", me comentaba una persona sobre la existencia de Dios.
Ya Platón nos hablaba del amor a través de los diálogos entre Sócrates y Diotima, de lo susceptible de ser amado; del valor de la belleza del alma como algo perfecto y delicado; de la procreación no solo biológica, sino también a través de las ideas, en un deseo de construir futuro –inmortalidad- buscando una sinergia que multiplica la fuerza de las capacidades individuales de una forma natural, espontánea, voluntaria y emocionante, en la que cada momento se vive con desmedido interés; en definitiva, de lo que nada tiene que ver con la fugacidad del enamoramiento; de un capricho de barras de bar. Benjamín Constant expresa, de forma más sencilla, esta idea de amor a través de Chateaubriand en “Memorias de Ultratumba”:
“su belleza hizo que fuese primero admirada, luego su alma se dio a conocer y resultó superior a su belleza.”
Sumidos en la inmediatez y el vacío, vencidos por la superficialidad, el dinero y el hedonismo, actuamos –en contra de lo que pueda parecer y, para finalizar como empecé, con Séneca- “como si fuéramos a vivir siempre”, sin observar “cuánto tiempo ha pasado ya”; lo perdemos como si dispusiésemos “de un depósito lleno y rebosante”, en ausencia de objetivos para hacernos a nosotros mismos, y alejados del intento de construir futuro a través de nuestros hijos; pasando por esta vida como una simple maleta, cuando se nos regaló un billete para viajar como personas.
A. Valois.
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