miércoles, 20 de noviembre de 2013

El hermetismo del poder


En la carrera al triunfo, siempre he considerado -consciente de que no existen las verdades absolutas-, a partir de la observación, y como mera espectadora, que hay dos tipos de personas: la inteligente, pero servil, y la que, siendo también inteligente, su independencia le hace llegar a la excelencia -si no encuentra el obstáculo de un líder servil y temeroso, en el íter de su ascenso-.

En honor a la verdad, todos, en mayor o menor medida y en ausencia de aspiración al poder, nos vemos arrastrados al "servilismo por omisión", por aquello de no meternos en camisas de once varas; por lo que me centraré en el "servilismo por acción", es decir, en el que hay "dolo".

Decía Goethe por medio de Werther, que “no hay nada que los hombres no se quiten sin escrúpulos: salud, reputación, alegría, reposo (…) casi siempre por necedad, estrechez y mezquindad (…) con las mejores intenciones”. Y añade: “algunas veces quisiera suplicarles que no se desgarrasen tan despiadadamente las entrañas”. 

Variopintas son las maniobras bajo "las mejores intenciones".¿Cuántas cabezas de personas independientes habrán rodado –de mayor a menor influencia e importancia- en la política, en la prensa, en la empresa privada, en la pública, e incluso, en las relaciones interpersonales? ¿Cuántos habrán tenido que escuchar aquellas hipocresías revestidas de cordialidad –los más pobres y vulgares eufemismos; esas frases no escritas que hay que saber "leer entre líneas"- antes de ser desplazados y condenados al ostracismo?

Se me ocurren muchos nombres, porque la independencia es percibida como un peligro -no controlable- para aquellos líderes temerosos que crean un espacio hermético en torno a sí mismos -producto de sacrificios pretéritos y, a su vez, de servilismos- en el que sólo entran los fieles devotos a su causa, buscando la comodidad que ofrece el cobijo que da el poder del líder -aún siendo considerados, por éste último, inferiores a su "magnánima" persona-. "Y es que os conviene que nadie parezca grande", dijo Séneca en tiempos del Imperio Romano, "como si la virtud ajena fuera una desaprobación de todas vuestras faltas. Llenos de envidia, comparáis las cosas espléndidas con vuestras miserias y no entendéis que ese atrevimiento va en vuestro propio perjuicio". 

Imagino que más de uno se habrá cuestionado por qué en EEUU, ante la evidencia del talento previamente demostrado, desaparecen las barreras de ascenso haciendo crecer la excelencia -por encima de los intereses-; y, también, por qué en Europa el hermetismo de la élite temerosa bloquea el crecimiento del valor. Puede que ellos vean -y nosotros no- que las grandes gestas se fraguan a partir de la persona independiente -generosa en esencia-, que no sólo brilla per se, sino que se rodea siempre de los mejores, buscando el efecto multiplicador que aumenta el valor de sus proyectos; fiel a sus creencias y, en base a ellas, a los demás, logrando una permanencia más larga en la cima.

Pero no, no pondré un ejemplo tan burdo como el del poder en Venezuela, sino uno -más sibilino- que depende de forma directa del servilismo de los ciudadanos españoles: el poder en las comunidades autónomas y corporaciones locales -sean del signo que sean-. Sólo puedo entender este servilismo desde el punto de vista de la falta de una oposición sólida o en la esperanza de la llegada de savia nueva -pero no para que nada cambie, como en Andalucía-; porque los noviazgos largos, matan la ilusión y vician la convivencia. 

Tan cierto como que "la gloria no rejuvenece sino nuestro nombre", es que el hombre servil no consigue sobrevivir a sí mismo llegado el momento en el que la razón encuentra una grieta en el hermetismo. Pero hay tantos vanidosos –como dijera Chateaubriand-, que dan una importancia excesiva al cometido que desempeñan en este mundo que, la excelencia, se hace esperar.

A.Valois.

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