Un pequeño diálogo en una red social me ha hecho pensar si hacemos uso efectivo –y correcto- de algunos artículos de nuestra Constitución o todavía seguimos anclados a un triste –y lamentable- capítulo de nuestra Historia: la Guerra Civil.
Hace años, llegué a pensar que esta circunstancia solo se producía ya en pequeñas poblaciones de España –llegando a compadecerles-; donde todo el mundo se conoce y donde cada habitante, por cercanía, lleva –de serie- “apuntadas en su ADN” la genealogía e ideas políticas de los ancestros del vecino para mirarle con recelo –a priori- y, en ocasiones, para culpabilizarle de las tropelías de los visigodos, si se diera el caso.
Cuan grande ha sido mi sorpresa, cuando descubro que ese mismo recelo que yo consideraba aislado, y prácticamente ya en desuso, lo vuelvo a encontrar en las redes sociales por parte de una juventud a la que se le supone modernidad y empeño por construir futuro. Pues bien, todo transcurre con normalidad mientras no se transgreden los límites de nuestra Carta Magna como: el derecho al honor, a la intimidad y a la imagen; hasta que –como dicen los chistes- “va y aparece” el -denominado- Troll. Llegados a este punto, es necesario hacer una distinción entre el “mostruo maligno que habita en los bosques o grutas” de twitter y la persona que utiliza un pseudónimo para poder expresarse libremente; todo un contrasentido –en el caso de “la persona” y no del “monstruo”- en atención al “derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier medio de reproducción” que reza en nuestra Constitución, sin verse afectado laboral o comercialmente. Pero, lamentablemente, todavía quedan latentes en nuestra sociedad demasiadas reminiscencias del pasado que nos obligan a no poder beneficiarnos del derecho que nos brindaron los artífices de nuestra Transición –a diferencia de otras sociedades, aparentemente conservadoras, como la estadounidense-, teniendo que permanecer ocultos para poder participar en grupos de conversación públicos que, cuando impera la educación, simulan las antiguas “Peñas” de nuestros ancestros.
¿Cómo participar en la vida política –además de ejercitar el derecho al voto-, para no vernos reflejados en la descripción de analfabeto político de Brecht, cuando la sociedad no ha evolucionado a ciertas cotas de respeto todavía? Desgraciadamente, hablar de política, sigue siendo de mal gusto.
A. Valois.
Hace años, llegué a pensar que esta circunstancia solo se producía ya en pequeñas poblaciones de España –llegando a compadecerles-; donde todo el mundo se conoce y donde cada habitante, por cercanía, lleva –de serie- “apuntadas en su ADN” la genealogía e ideas políticas de los ancestros del vecino para mirarle con recelo –a priori- y, en ocasiones, para culpabilizarle de las tropelías de los visigodos, si se diera el caso.
Cuan grande ha sido mi sorpresa, cuando descubro que ese mismo recelo que yo consideraba aislado, y prácticamente ya en desuso, lo vuelvo a encontrar en las redes sociales por parte de una juventud a la que se le supone modernidad y empeño por construir futuro. Pues bien, todo transcurre con normalidad mientras no se transgreden los límites de nuestra Carta Magna como: el derecho al honor, a la intimidad y a la imagen; hasta que –como dicen los chistes- “va y aparece” el -denominado- Troll. Llegados a este punto, es necesario hacer una distinción entre el “mostruo maligno que habita en los bosques o grutas” de twitter y la persona que utiliza un pseudónimo para poder expresarse libremente; todo un contrasentido –en el caso de “la persona” y no del “monstruo”- en atención al “derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier medio de reproducción” que reza en nuestra Constitución, sin verse afectado laboral o comercialmente. Pero, lamentablemente, todavía quedan latentes en nuestra sociedad demasiadas reminiscencias del pasado que nos obligan a no poder beneficiarnos del derecho que nos brindaron los artífices de nuestra Transición –a diferencia de otras sociedades, aparentemente conservadoras, como la estadounidense-, teniendo que permanecer ocultos para poder participar en grupos de conversación públicos que, cuando impera la educación, simulan las antiguas “Peñas” de nuestros ancestros.
¿Cómo participar en la vida política –además de ejercitar el derecho al voto-, para no vernos reflejados en la descripción de analfabeto político de Brecht, cuando la sociedad no ha evolucionado a ciertas cotas de respeto todavía? Desgraciadamente, hablar de política, sigue siendo de mal gusto.
A. Valois.
Bienvenida al mundo del "Blog" doña Lolita. Su aportación será, sin duda, y a la muestra de su aterrizaje me remito, interesante, muy interesante, en el páramo de estulticia o mala intención en el que, hoy por hoy se mueve la mayoría de la turbamulta patria
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