martes, 12 de noviembre de 2013

El azar, el talento y la instrucción


Queridos lectores, de nuevo les dejo mi contestación a un post de don Jesús Fernández-Miranda cuyo link les facilito en esta entrada:






De Chateaubriand –personaje complejo donde los haya y atormentado como buen precursor del romanticismo- no solo me llamó la atención la forma de afrontar su intensa vida sentimental sino, también, su enorme naturalidad, sentido común y capacidad de análisis de lo cotidiano. Entre las perlas de sus vastas “Memorias de Ultratumba”, su descripción de las vicisitudes de la aristocracia, constituye una realidad digna de mención cuando hablamos de clases sociales:


“La aristocracia ha tenido tres edades sucesivas: la edad de las superioridades, la edad de los privilegios y la edad de las vanidades; una vez salida de la primera, degenera en la segunda y se apaga en la tercera”.

Con este fragmento, no pretendo dar la razón a los que hacen apología de la lucha de clases, jactándose de la decadencia que se alcanza en la tercera edad -la de las vanidades-; sino, por el contrario, aceptar el éxito y la riqueza como meras circunstancias en constante movimiento, que pasan del rico al pobre, con una velocidad directamente proporcional al avance del progreso a lo largo de los tiempos; como un proceso natural y no de fuerza; mezcla de tenacidad, habilidad y azar.

El mismo René, ya mencionaba la suerte del primogénito en detrimento  de los "segundones" en Francia, a principios del siglo XIX. Mientras el primero disfrutaba de las dos terceras partes de los bienes de su progenitor, los otros desdichados tenían que conformarse con el tercio restante; de modo que, "los segundones de los segundones (...) pronto llegaban al reparto de un pichón, un conejo, una patera o un perro de caza sin que por ello dejaran de ser altos caballeros y poderosos señores de un palomar, una charca de sapos o un conejar. En las antiguas familias nobles, hay cantidad de estos segundones; cabe seguirlos durante dos o tres generaciones; luego desaparecen, volviendo paulatinamente al arado o absorbidos por las clases obreras sin que pueda saberse qué ha sido de ellos."

Por contra, el pobre que ha sido capaz de desarrollar exitosamente sus cualidades, a favor del viento que el contexto de su tiempo exigía, también ha podido beneficiarse de la "edad de las superioridades", como lo hicieran antiguos caballeros tras rudas e importantes gestas que les valieran tierras y títulos; o como lo hicieran los indianos, volviendo a España convertidos en acaudalados señores; ¿acaso intervinieron en política éstos últimos por ser "hijosdalgo"?No, porque no lo eran. ”Poderoso caballero es don Dinero”, dijo Francisco de Quevedo, “pues da autoridad al gañán y al jornalero”; ¿acaso no se arruinó José de Salamanca y Mayol –burgués nombrado marqués de Salamanca, ya en horas bajas- en el devenir de sus negocios? La riqueza va y viene, no siendo patrimonio exclusivo de unos pocos -al igual que las artes y las ciencias - sino de cualquier esforzado, como escribiera Agustín Perea Sánchez, a finales del siglo XIX:

"Si el pobre figura o sobresale, es por su talento o instrucción.

De aquí resulta, que la mayor parte de los hombres que han florecido en las ciencias y en las letras, la mayor parte de los hombres que han ocupado los primeros puestos en la sociedad, han tenido siempre un modesto origen y una humilde cuna".

Como contrapunto del pasado, hoy, todas esas fases que, elocuentemente, establece Chateaubriand pueden concurrir, secuencialmente, en una sola vida, bastándole a la pobreza posar su pavorosa sombra sobre una sola generación y no sobre varias -como antaño-. Pero de meridiana claridad es que, la igualdad impuesta, nunca favoreció la consecución de grandes hazañas sino la ausencia de brillantez auspiciada por la comodidad; enemiga del desarrollo y la libertad.

A. Valois.

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