Hace
días
que pienso en la importancia de las palabras que Locke llamara “nombres de
modos mixtos”. Dentro de ellos encontramos términos de contenido moral, cuyo
significado es incierto por dos motivos: porque no existen modelos en la
naturaleza que faciliten su comprensión y porque la idea que suscitan en quien escucha puede o no tener
correspondencia con la idea que pretende
trasladar quien habla. Cuando el significado no coincide, dice Locke que “las personas se llenan
la cabeza de ruido y sonidos, sin transmitir sus pensamientos, ni exponer uno a
otro sus ideas, que es la finalidad
de la conversación y del lenguaje”.
A menudo se introducen en el discurso político términos
oscuros a la par que intencionados de manera que la intrínseca ambigüedad de
éstos hace difícil alcanzar la verdad ante la imposibilidad del entendimiento
mutuo en una sociedad, ya que cada persona, de acuerdo a su criterio, recuerdos
y experiencia vital, asociará una serie de ideas a cada término. Es en ese
mismo instante cuando se despoja a la política de su sentido práctico -de lo
que debiera ser su utilidad real- y cuando los que se dedican a ella se olvidan
de la importancia de servir –como cada cual hace en su trabajo diario de forma responsable a cambio de un precio- para retorcer
sibilinamente la voluntad de los ciudadanos a su antojo hasta llegar a su propia causa
individual valiéndose de las disparidades del pensamiento. Ortega y Gasset
llegó a la conclusión de que “ser de la izquierda o de la derecha “era una de
las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil”. Y
añadía: “ambas, en efecto, son formas de la hemiplejía moral”.
La honestidad en el obrar es lo que suele caracterizar a los proyectos ilusionantes, según mi percepción sobre aquello que llamaron Transición. Desde entonces hasta nuestros días, hemos creado un mundo tan complejo que nos cuesta
manejarlo, pero arrojarnos unos a otros una lluvia de vaguedades terminológicas que no solucionan los pretendidos problemas subyacentes, teniendo otros mayores que nos azotan con su premura, supone la pérdida del
equilibrio como sociedad que inexorablemente nos hace autoexcluirnos de los
grandes proyectos ralentizando nuestro progreso.
“La ignorancia artificial y la palabrería docta han
prevalecido en los últimos tiempos, por obra e interés de quienes no hallaron
mejor manera de obtener autoridad y poder entretener a los hombres de negocios
y a los ignorantes con palabras difíciles, o enredar a los
ingeniosos y ociosos en disputas intrincadas acerca de los términos
ininteligibles, y tenerlos siempre desorientados en ese laberinto infinito”
(Locke).
Mientras tanto: “ruido de abogados, ruido compartido, ruido envenenado, demasiado ruido”, que diría Joaquín Sabina.
A. Valois.
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