domingo, 15 de diciembre de 2019

“Capricho árabe”

“Capricho árabe” del compositor Francisco Tárrega, es una melodía que escucharía una y otra vez, con el corazón anclado al siglo XIX pero encadenado al siglo X, deslizando los ojos -de forma lenta, con extrema delicadeza interior- por los poemas de Ibn Hazm de manera pesadísima, insistente, como quiere el enamorado que se le repita una y otra vez que se le ama, que decía Ortega y Gasset en “Estudios sobre el amor”. Una cosa me llevó a la otra;  esta última obra, a aquella principal, intentando comprender lo asintótico del amor -que decía un amigo-. Y llegué, “en un eterno retorno” a través de los libros, como el pensamiento que nunca descansa hasta encontrar la solución a un problema, “del amor al amor”, que estaba como un tesoro secretamente escondido, contenido, atado y emocionante en la obra “El collar de la paloma”, traducida por Emilio García Gómez en el siglo XX. Un amor que, según Ortega en el prólogo, no se puede entender tal y como hoy lo sentimos, ya que aquel gozaba de la influencia del platonismo -un amor no siempre de hombre a mujer-, para estar, a finales del siglo XI , bajo la influencia del amor cortés -de hombre a mujer, a la que se coloca en un pedestal-: “no es algo que se acaricia y que se goza, sino algo de que se está dolorosamente separado y que se echa de menos (...). El amor se presenta como delicioso dolor, como venturosa herida”. (Prólogo de José Ortega y Gasset en El collar de la Paloma). Recuerda, tal vez, a Mariana Alcoforado. 

Ibn Hazm, posiblemente de origen muladí e involucrado en la política de su tiempo, fue un hombre que luchó con intensidad a lo largo de toda su vida por aquello en lo que creyó, hasta el punto de escribir estos versos: “aunque queméis el papel, no podréis quemar lo que encierra, porque lo llevo en mi pecho...”. Y así relató, entre otras cosas, la esencia del amor, sus señales, el trato, la correspondencia, el secreto, la ruptura, etc. 

“Te amo con un amor inalterable,
Mientras tantos amores no son más que espejismos.
Te consagro un amor puro y sin mácula:
en mis entrañas está visiblemente grabado y escrito tu cariño.
Si en mi espíritu hubiese otra cosa que tú, 
la arrancaría y desgarraría con mis propias manos.
No quiero de ti otra cosa que amor; 
fuera de él no te pido nada.
Si lo consigo, la Tierra entera y la Humanidad
serán para mí como notas de polvo y los habitantes del país, insectos.” (Ibn Hazm)

Con tan bellos antecedentes y después del paso de los siglos, nos corresponde proteger el amor para que sea no solo educado sino responsable, lejos de los tópicos ideológicos vinculados al interés político que confunden a nuestros jóvenes, necesitados de un sentido de pertenencia al notar un vacío propio de la velocidad de nuestro tiempo, con un espíritu huérfano de “asiento” por la multiplicidad de estímulos que aturden en un mundo globalizado, un narcisismo fomentado por las redes sociales, una especialización y una individualidad mal entendida, obligándoles de forma velada a adscribirse a una ideología en lugar de hacerlo a su propio corazón,  puesto que, entre el delirio de unos, la incorrección política de otros -no mucho más tranquilizadora-, la laxitud del compromiso que nos hace proclives a un amor de quita y pon, rebajando las expectativas al volvernos indulgentes con nosotros mismos pero crueles con los demás, el amor se ha tornado líquido y el sacrosanto campo de la intimidad se ha banalizado. Decía Zygmunt Bauman lo siguiente: 

“Las íntimas conexiones del sexo con el amor, la seguridad, la permanencia, la inmortalidad gracias a la continuación del linaje, no eran al fin y al cabo tan inútiles y restrictivas como se creía, se sentía y se alegaba. Esas viejas y supuestamente anticuadas compañeras del sexo eran quizás sus apoyos necesarios”.

A. Valois. 

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