miércoles, 16 de noviembre de 2016

¿Indulgente o implacable?



No entiendo de política; presumo que Trump, de momento, tampoco. Pero como integrante de esta inmensidad de la que se compone el mundo, tengo una opinión. Erraré, y mucho. No obstante, nadie lo recordará, porque estaremos sepultados por toneladas de nueva información y porque, aunque me pese, como Amadeu do Prado, personaje de “Tren nocturno a Lisboa”, “el miedo a la muerte, se podría describir como el temor a no poder llegar a ser quien uno pensaba ser”. Afortunadamente, mi cuerpo no sospecha tal inquietud, y mi alma sabe que es pura vanidad frustrada.

“Felices los ingenios pasados que hurtaron a los futuros la gloria de lo que habían de inventar” porque, al igual que Saavedra Fajardo, supongo que ya está todo dicho -y, francamente, bien dicho- por periodistas, escritores, políticos y vulgaridad excelente -que diría el magnífico Javier Gomá-. En definitiva, por todos aquellos que se integran dentro de una jerarquía tan necesaria y, de momento, aceptada por mayorías en una sociedad tan loca y líquida, que supo exponer y publicar Bauman -anticipándose al resto-, como la nuestra; en la que se pasa del todo a la nada, de la fama al ostracismo, del fulgurante éxito al fracaso, de la riqueza a la pobreza, tan rápido como exige este maravilloso mundo globalizado que, al igual que una moneda, se compone -obviamente- de dos caras y tiene un lado terrible: la deshumanización. 

Cuando Obama se postuló como candidato a la presidencia de EEUU, el sueño americano se volvió a vislumbrar tras un periodo de duros golpes -Twin Towers, Enron, Lehman Brothers, etc...-. Todo era posible en América y “nothing else matters”, como la canción de Metállica. Pero con el tiempo, por un lado, los estadounidenses proyectaron -como fruto de una larga crisis-, sus frustraciones en lo que llaman establishment y, por otro, se sucedían los enfrentamientos entre afroamericanos y la policía, si no me equivoco, por lo que Tocqueville llama “tiranía de la mayoría” en su obra “La democracia en América”:

“Y lo que más me repugna de América, no es la extrema libertad que allí reina, sino la poca garantía que allí existe contra la tiranía.

Cuando un hombre o un partido sufren una injusticia en los Estados Unidos, ¿a quién quieren que se dirija? ¿A la opinión pública?, ella es la que forma la mayoría; ¿al cuerpo legislativo?, representa a la mayoría; ¿al poder ejecutivo?, la fuerza pública no es otra cosa que la mayoría bajo las armas; ¿al jurado?, el jurado es la mayoría revestida del derecho a pronunciar sentencias: los jueces mismos, en ciertos Estados, son elegidos por la mayoría. Por inicua e irrazonable que sea la medida que os afecta, tendréis que someteros a ella.”

“No digo que actualmente se haga en América un uso frecuente de la tiranía, digo que no se descubre allí ninguna garantía contra ella, y que hay que buscar las causas de la suavidad del gobierno en las circunstancias y en las costumbres, más que en las leyes”.

Hilary no pudo vencer a Trump. Se habla, entre otras cosas, de correos electrónicos que comprometían la seguridad de EEUU y de la famosa infidelidad de Bill Clinton, pero la realidad -bajo mi punto de vista- es que los americanos, amantes de la incertidumbre y el riesgo de forma consustancial, no se permitieron más sueños democráticos que el primer presidente negro en la Casa Blanca. Se habían reafirmado. En América, todo es posible. Y, curiosamente, dejaron caer la moneda por el lado de Trump, cuya aparente intención es alejarse de una suerte de “Estado providencia” ya existente, mucho más duro, si me lo permiten, que en cualquier parte de Europa. En un primer momento pensé que se trataba de un castigo, como reproche a la democracia igualitaria mal entendida, con igualdad de oportunidades -condiciones-, que no se corresponde con una tendencia a una reducción sustancial de la brecha de la desigualdad material. Pero, ¿quería la mayoría ese “Estado providencia” mencionado, anteriormente, a cualquier precio? Esa es la cuestión en un pueblo que “está en continuo movimiento; donde la sociedad, que se modifica todos los días, cambia sus opiniones al tiempo que sus necesidades”.

“En los Estados Unidos, las fortunas se destruyen y se rehacen sin esfuerzo, El país no tiene límites y está lleno de recursos inagotables. El pueblo posee todas las necesidades y todos los apetitos de un ser que crece (…). Lo que hay que temer, en un pueblo semejante, no es la ruina de algunos individuos, pronto reparada, sino la inactividad y la pereza de todos (…). Toda empresa audaz compromete la fortuna del que se lanza a ella, y la fortuna de todos los que confían en él. Los americanos, que hacen de la temeridad comercial una especie de virtud, no podrían, en ningún caso, censurar a los temerarios. 

De ahí que en los Estados Unidos, se muestre una indulgencia tan singular hacia el comerciante que quiebra: el honor de éste no sufre, en absoluto, con semejante accidente (…). En América, se trata, con una severidad desconocida en el resto del mundo, a todos los vicios que son de tal naturaleza que alteran la pureza de las costumbres y destruyen la unión conyugal (…) y condena especialmente las malas costumbres, que distraen al espíritu humano de la búsqueda del bienestar y turban el orden interno de la familia, tan necesario para el éxito en los negocios”. (Tocqueville).

¿Han reprobado la infidelidad acaecida en el seno familiar de los Clinton y no lo hacen con la concatenación de matrimonios de Trump?¿Es cuestión de perdón o ruptura?¿De ser indulgente o implacable?¿Fue Hilary débil de espíritu al no dar explicaciones, tras perder las elecciones, con la inmediatez y la fortaleza que exige aquella ciudadanía?¿Era la imagen que querían dar al mundo siendo su símbolo nacional un águila? 

Viajando de EEUU a España en 2012, Brian, un jubilado americano me dijo: “la diferencia entre los europeos y nosotros es que somos una unidad y tenemos conciencia de ello”. 

“En América, la mayoría se mantiene dudosa, se habla; pero en cuanto se ha pronunciado irrevocablemente, todo el mundo se calla, y amigos igual que enemigos parecen entonces atarse a su carro, de consuno. La razón es sencilla: no hay monarca tan absoluto que pueda reunir en su mano todas las fuerzas de la sociedad, y vencer resistencias, como puede hacerlo una mayoría revestida del derecho a hacer leyes y ejecutarlas. (…). La mayoría está revestida de una fuerza a la vez material y moral, que actúa sobre la voluntad tanto como sobre las acciones y que impide, al mismo tiempo, el hecho y el deseo de hacer. No conozco país donde reine, en general, menos independencia de espíritu y verdadera libertad de discusión que en América.” (Tocqueville).

Lo cierto es que, en esta ocasión, esta máxima no se cumplió de forma taxativa. Mientras que Obama -el hombre tolerante por excelencia-, dando una lección de democracia, reconocía que el carácter pragmático de Trump podía ser una fortaleza para EEUU, los desconcertados votantes de Hilary, salieron indignados a la calle con la fuerza que ella no tuvo tras la derrota.

El sueño americano “no tiene cura pero es la cura de todos los males”, si Cohen me lo permite desde arriba.

A. Valois.


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