martes, 11 de marzo de 2014

Va, pensiero


"Se te ha endurecido el corazón con tanta teoría. ¡Ten cuidado, Rhoda! Si queremos trabajar por las mujeres no debemos perder nuestra feminidad", leí hace unos días en un libro de Gissing publicado en 1893. Se luchaba por la emancipación económica e intelectual que nos situaría -a las mujeres- en un plano de equidad devolviéndonos la plena propiedad de nuestra dignidad como ser racional -que nos otorgara en tiempos inmemoriales Dios-, y de la que sólo habíamos podido disponer en usufructo temporal a merced del hombre "primitivo" bajo una especie de "relación de vasallaje". Pues bien, creo firmemente que, en el S. XXI, ya la tenemos; somos "dueñas y señoras" de nuestro propio intelecto. Y, lo más importante, podemos ejercerlo sin necesidad de pedir permiso. Hoy, no sólo parece algo obvio sino que resulta hiriente el planteamiento de la obviedad porque no cabe otra posibilidad que goce del beneplácito de la sensatez.

Manidas y musicales expresiones han saltado de tuit en tuit este fin de semana con motivo del “Día Internacional de la Mujer” por un lado; y, por otro, órdenes dirigidas a promover la lucha por la igualdad en tono "militar". Éstas últimas, de un modo tan genérico que apenas dicen nada y pasan a tener el mismo estatus que las primeras, el de la frivolidad. Hoy, todo ha pasado. Volvemos al día a día que conforma una vida a base de decisiones: elegimos una carrera, buscamos trabajo, ganamos nuestro sueldo, disponemos libremente de él, contraemos matrimonio -o nos divorciamos, siendo coherentes con nosotras mismas en situaciones complejas, sin llegar a sufrir el deterioro de una crisis moral como la señora Bovary o Mónica Madden-, firmamos una hipoteca, formamos una familia; o no hacemos ninguna de estas cosas -sino otras-, o sólo algunas. Nos equivocamos -o no- y soportamos durante gran parte de nuestra vida el peso de nuestras elecciones -o no-. Todo con naturalidad y normalidad.

Pero hay algo que, biológicamente, sólo podemos hacer nosotras -por lo menos, hasta el momento-, porque ni todo vale, ni todo es posible. Otra obviedad -¿verdad?-. No es cosa baladí ser madre. Como tampoco lo es educar a tus hijos -pero ésto, en general, suele ser labor de dos-. El problema de hoy -que, afortunadamente, se encuentran interiorizadas en la mente de hombres y mujeres gran parte de  las similitudes que existen entre ellos- es que nos falta el tiempo. No es posible el desarrollo pleno de nuestra faceta biológica si, para mantener un trabajo con el que poder pagar una hipoteca -entre dos- y procurarnos alimento, hemos de trabajar hasta la noche; hoy que abunda el licenciado e hipotecado autónomo mileurista. He aquí la cuestión: ¿renunciar a nuestro privilegio biológico, opositar forzosamente hasta lograr tener el Estatuto del funcionario, lanzarnos a la aventura pensando que Dios -milagrosamente- proveerá siendo cosa de almas, o conseguir que sea posible la conciliación de la vida laboral y familiar de forma efectiva por el compromiso general de la sociedad?Se me ocurren tres preguntas más: ¿Quién pagará nuestras pensiones? ¿Qué clase de educación pueden ofrecer unos padres que no pueden invertir tiempo en sus hijos? ¿Pueden  los abuelos sustituir a los padres?

Consciente de que este problema no resuelto es un campo de minas, por la diversidad de matices que contiene, vuelvo a insistir en dos cuestiones: el tiempo y la maternidad. Va, pensiero.

A. Valois.

1 comentario:


  1. "conseguir que sea posible la conciliación de la vida laboral y familiar de forma efectiva por el compromiso general de la sociedad" He aquí el dilema !!
    Magnifico "pensiero",tan bueno como el coro !!
    H.Mercadal

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